jueves, 23 de agosto de 2007

¿Qué rayos pasa en el Tribunal Electoral?

Este post va dirigido para aquellos quienes han escuchado, leído o visto que en el Tribunal Electoral del Poder Jucial de la Federación (el TRIFE para los cuates que no se complican la vida) ha pasado quién sabe rayos qué.

Que su presidente renunció por motivos de salud, que corrupción, que la nueva presidenta es amiguis amiguis de la primera dama, sepa Dios qué tanto!

Pues para todos ellos (yo también me incluyo porque al principio tampoco entendí nada) va esta columna de Roberto Zamarripa, subdirector editorial del Reforma (no se vayan con la finta, no es nada derechoso, lo conozco personalmente –uuuyy y el presumido dónde quedó–), que explica con peras y manzanas lo que está pasando en el susodicho tribunal, que, como tituló su columna, exhala puro tufo (que apesta, pues).

Tolvanera – Roberto Zamarripa

Tufo

Reforma - 20 de agosto de 2007

Imaginemos que para el día de la elección federal, el señor Galván resulta sorteado como presidente de una casilla. El domingo de la elección, el señor Galván propone a sus colegas funcionarios, ciudadanos como él que igual fueron insaculados, que en lugar de la escuela pública donde deben instalarse las urnas mejor alquilen a un vecino el jardín de su casa que es más grande y cómodo.

La escrutadora, doña Inés, quien es amiga del señor Galván, hace la coperacha y le paga al vecino por su jardín, pero ella se queda con una parte del dinero recolectado entre los funcionarios de casilla. Alguien se da cuenta y denuncia el hecho.

El señor Galván ordena que cierren las puertas de la escuela a fin de que quienes hacen fila para votar no se enteren del problema. Es evidente que el señor Galván y su amiga la escrutadora incurrieron en un acto de corrupción. ¿Cómo actuarían el resto de los integrantes de la mesa directiva de la casilla? Seguramente destituirían al señor Galván de la presidencia, nombrarían a un sustituto e impedirían que el ex presidente y su amiga la escrutadora permanecieran como funcionarios. Si así juegan con su dinero, qué no harán con los votos ciudadanos, sería un razonamiento básico.

Con el señor Galván y doña Inés fuera de la casilla, y con la integración de dos ciudadanos voluntarios para sustituirlos, decidirían que el nuevo presidente fuera el suplente, conforme el sorteo realizado con anticipación. Sin embargo, alguien propone una votación y por minoría de votos es designada la señora Carmen, conocida por ser la mejor amiga de la esposa de uno de los candidatos que contiende en las elecciones federales. Alguien advierte que la señora Carmen podría incurrir en conflicto de interés porque cuidaría más los votos del esposo de su amiga que los de todos los candidatos. ¿Qué harían los funcionarios de la casilla? Pedirían amablemente a la señora Carmen que abandonara la casilla y cediera el lugar a un ciudadano voluntario que no tuviera conflicto de interés en la elección.

Los ciudadanos que fueron sorteados para desempeñarse como funcionarios de casilla actuarían con el sentido común. Difícilmente uno trataría de sacar ventaja porque otro lo delataría, a menos que todos fueran miembros de una mafia con un código de secrecía.

Por eso, no es justo que en los días de elecciones se solicite a los ciudadanos montar casillas y mamparas, contar y recontar boletas, entregar la paquetería, destinar los días necesarios para cumplir con la democracia electoral, mientras se solapan las triquiñuelas de dirigentes partidistas, candidatos, consejeros y magistrados electorales quienes además de hacer trampa y sacar ventaja personal, cobran dinero público por ello.

Se ha consolidado una burocracia electoral desprestigiada por su voracidad y su ineficiencia. Reciben extraordinarios sueldos y prestaciones; se aprueban bonos de Navidad además del aguinaldo y se autorizan sus horas extras sin recato. Muchos consejeros electorales hacen negocio propio hasta con las mamparas, las crayolas y la papelería electoral.

Por eso no es raro que en la cúspide de ese sistema que es el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación se despida el mismo tufo de descomposición.

Hace unos días, la coordinadora de Asesores del magistrado Flavio Galván fue señalada de intentar hacer un cochupo en la adquisición de un edificio alterno para el tribunal. Alguien denunció la falta, Galván fue destituido de la presidencia del tribunal en sesión secreta y en su lugar se nombró a María del Carmen Alanís, a quien se le ubica como un personaje muy cercano a la casa presidencial.

Los magistrados no tienen empacho en ser opacos dentro de los opacos. Como una mafia, impusieron su omertá. A pesar de que actúan con recursos públicos, cerraron sus deliberaciones, ocultaron las actas de sesiones sobre el tema de la corrupción interna, mantuvieron en su chamba a los impugnados, hicieron en secreto la elección de la nueva presidenta y para colmo blindaron su edificio como si alguien los fuera a asaltar. ¡Si el problema del dinero es entre ellos mismos!

Dicen que Galván renunció por motivos de salud. Así es: el mal que aqueja a Galván es el mismo que lastima al sistema electoral, la falta de transparencia y probidad.

¿Cuáles serán los primeros pasos de Alanís? ¿Informará que ya van cuatro bonos extraordinarios que cobran los magistrados en nueve meses? ¿Que el último fue de 1 millón 200 mil pesos? ¿Revelará cuánto gana un magistrado? ¿Cancelará la mudanza al nuevo edificio? ¿Despedirá al jefe de vigilantes, el general Valentín Romano, o será cómplice de un policía sospechoso de proteger a narcotraficantes?

A los ciudadanos en la casilla se les exige actuar con probidad y con respeto a la ley, so pena de cárcel. Ellos son voluntarios, no cobran y cumplen. A la casta de la burocracia electoral se le dispensa su voracidad, su ineficiencia, sus actos ilegales y su falta de compromiso ciudadano. Eso, de veras, ya no resiste.

Correo electrónico: tolvanera06@yahoo.com.mx

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